Cuando acabáis el contenido de un brick, se supone que dentro no queda nada, ¿verdad?
Pues ya veréis que algo, sí que queda. Hay que despegar las 4 esquinas del envase y que quede tal que así.
Después cortáis una esquina con una tijera y volcáis en un recipiente.
¡Vaya, pues sí que quedaba algo! Me vais a decir que es el chocolate el loro y tendréis toda la razón. No sé en vuestras casas, pero en la mía entre leche de vaca, de soja, zumos, vino para guisar, caldos para un apuro, agua cuando vamos donde mi madre que el agua del grifo no se puede beber, gazpacho en verano, tomate frito, natas varias, bechamel, aceite, etc... pues al cabo del año, no es que me vaya a sacar de pobre, pero algo suma.
Además, es producto que tú ya has pagado, es tuyo. Y lo tiras a la basura. Cada día estoy más convencida de que nuestra mentalidad de usar y tirar... no da más de sí. Y son estos pequeñísimos, insignificantes gestos, si se extienden, los que harán nuestro modo de vida más sostenible.
Por último, dado el estado de las economías familiares, donde la mayoría ya nos hemos apretado el cinturón hasta el último agujero, ¿en qué más podemos ahorrar si no es en cositas como esta? Si hasta la pasta que sobre de la comida de un día, la meto en el horno con bechamel y queso por encima, para terminarla al día siguiente. Y no pasa nada, porque esos gestos de ahorro, deberían ser la norma en nuestra vida, y no medidas de urgencia en casos de apuro.
O por lo menos, es lo que a mi me parece.